Hacía mucho tiempo que no venía a verme y si lo hacía nunca me encontraba, pero hoy Soledad tocó a mi puerta, le abrí y dudé en dejarla pasar, pero al verla sucia, despeinada, lastimada y triste, me compadecí de ella. Le tendí la mano cediéndole el paso, ella se recostó en el sofá, vio la televisión sin prestar atención, ni siquiera notó que miraba un aburrido canal de ventas. Cuando la vi más tranquila le ofrecí un poco de café para reanimarla y un poco de cereal para cuidar de su extraña figura.
No pregunté donde había estado porque ni siquiera me interesa, cuando no quieres a alguien intentas no involucrarte con preocupaciones innecesarias, así es que mucho menos pregunté que le pasó, sólo esperé en silencio, interpretando a la muda Soledad para saber de que otra forma satisfacerla y tal vez así pronto se marcharía de mi vida.
Muy a mi pesar, hoy por excepcional ocasión me importó tenerla aquí, aunque no extrañaba para nada a esa mujer insegura, sombría, infeliz, inelegante y hasta incorrecta la atendí, sequé el par de lágrimas que rodaron por sus mejillas, la dejé mirarse al espejo pero no demasiado porque sé que en sus condiciones eso no le hace mucho bien a su estima, después la bañé, tallandola con cuidado, curé sus heridas por una vez más y la sequé. Con resignación le unté un poco de crema, la vestí despacio, cepillé su cabello y le puse un poco de maquillaje, por último le presté un pequeño libro de autoestima y le abrí la puerta para dejarla salir, esperando como muchas veces que no retorne. Sin embargo ya preparé el agua caliente, los pañuelos desechables, el control de la televisión, compré más café y cereal pero sobre todo puse junto a la bañera unas gasas y unos curitas para su próxima visita.